---- Capítulo 8 Esteban salió del coche, se arregló la ropa y adoptó una expresión imperturbable. Sus sentidos de lobo estaban en máxima alerta, percibiendo ya algo extrafio en el ambiente que rodeaba la villa. Pensó que, aunque vendría a consolarme, también debia hacerme entender la gravedad de mis acciones. Sus instintos de Alfa exigian que estableciera límites. -Seré amable, pero firme. -Se dijo en voz baja. -Tiene que aprender cuá! es su lugar. Pensaba que, en el futuro, yo no debia simplemente Ilevarme a nuestra hija y marcharme por capricho. Según é|, ninguna compaera de un Alfa debería tener tanta libertad. Ignoraba, voluntariamente, la voz interna que le recordaba que yo no era una compatiera cualquiera: era la heredera de la Manada Luna Plateada. Empujó la puerta, listo para recibirme entre sus brazos. Infló ligeramente el pecho, ya ensayando el discurso magnánimo que me ofreceria cuando inevitablemente me disculpara. Pero la persona que levantó la vista fue Victoria. Estaba al borde del Ilanto, con el rímel corriêndole por las mejillas en regueros negros. -Esteban, .a dónde fuiste? Pensé que ya no me querias... Su voz chillona, que antes le parecía encantadora, ahora le hacia rechinar los dientes. Esteban frunció el ceo. Nunca antes le habia parecido tan molesta. El perfume dulce que solía Ilevar ahora le resultaba empalagoso, sofocante. -iDónde está Otofio? -Preguntó, ignorando por completo lo que ella había dicho. ---- Los labios de Victoria temblaron. -Se fue, Esteban. Se Ilevó a la nifia y se marchó hace horas, Sin contestar, la apartó con brusquedad y subió las escaleras de dos en dos. -ijOtofo! -Gritó, con el corazón acelerado, sintiendo un temor que jamás habia experimentado. Pero arriba no habia ni rastro de mí. Tampoco se escuchaba nada. El silencio era absoluto. No se oía el suave tarareo que normalmente acompatiaba mis rutinas nocturnas, ni el golpeteo de los pequeãos pies de Lilia corriendo a saludarlo. Recorrió la villa entera. Cada rincón que solía tener algo mio, ahora estaba vacio. Se movia de un cuarto a otro con creciente desesperación El armario estaba medio vacio. Los vestidos coloridos y la ropa infantil ya no estaban. Ni un calcetín quedaba para probar que alguna vez habíamos vivido allí. -Esto no puede estar pasando. -Gruíió, abriendo cajones que encontró vacios uno tras otro. Donde antes colgaba una fotografía de los tres en la pared del dormitorio, ahora solo quedaba una superficie blanca. El clavo aún seguía ahí, como una acusación muda. Tocó la pared, recordando el día en que tomaron esa foto. Lilia acababa de cumplir tres aõos, con una sonrisa que dejaba ver sus pequeãos colmillos por primera vez. Yo estaba tan orgullosa, tan feliz. ---- La caja metálica que contenía las cien cartas de amor que le habia escrito durante cinco afios ahora era solo un recipiente carbonizado. Me habia visto leyéndolas por las noches, cuando él llegaba tarde después de estar en la habitación de Victoria. Adentro, solo cenizas. Las tocó, manchándose los dedos de negro. -Las quemó. -Susurró, con la voz tefiida de incredulidad. --Cada una. Se quedó mirando los restos quemados, recordando con impactante claridad lo que contenían esas cartas. El esfuerzo que habia invertido en conquistarme. Las palabras que escribió, promesas de devoción eterna, de un amor que trascendería los límites entre manadas. Escribió más de cien cartas solo para ganarse el derecho a trepar por mi ventana. Cada una cuidadosamente redactada, mostrando su alma a la mujer que queria hacer suya. -Nunca miraré a otra loba. -Había escrito. -Eres mi luna, mis estrellas, mi todo. Había escalado esa ventana durante casi medio afo antes de que finalmente lo dejara entrar. Bajo la Iluvia, bajo la nieve, cruzando territorio de manadas rivales. Nada lo habia detenido. -éQué nos pasó? -Susurró a la habitación vacia. Esteban se cubrió el rostro con las manos y se derrumbó en el suelo. Todo se había desmoronado. Su lobo gimoteaba dentro de él, sintiendo la pérdida de su compafíera y su cría. Se escucharon pasos en la entrada, el taconeo de unos zapatos sobre la madera. ---- Esteban se incorporó de golpe, con el corazón desbocado. Una esperanza salvaje y desesperada lo invadió. Deseaba con todas sus fuerzas que la persona que entrara fuera yo. Que todo esto fuera un malentendido, una pesadilla. Pero el destino no escucha las súplicas de los hipócritas. Esteban habia tomado sus decisiones, día tras día, durante seis largos meses, Era Victoria. -Esteban... -Dijo con cautela, viendo su estado. Se quedó en el marco de la puerta, con una mano descansando protectora sobre su vientre. El rostro de Esteban se endureció al instante. No quedaba ni rastro de ternura. Sus ojos destellaron en dorado; su lobo estaba saliendo. La miró de recjo. -c Qué quieres? -Escupió, casi en un gruííido. Victoria vaciló, sorprendida por su tono, pero se atrevió a dar un paso al interior de la habitación. -Desde que tuvimos nuestra ceremonia de apareamiento... y Otofio no va a volver, ,por qué no te mudas al dormitorio principal? -Su voz se tornó seductora al final, con una invitación implícita en los ojos. El dormitorio principal era el cuarto de Victoria, el mismo donde alguna vez habia dormido su hermano. Allí, Esteban pasó tantas noches traicionando cada una de las promesas que alguna vez me hizo. Esteban soltó una carcajada fria, vacia. -zEstás tan desesperada? ; ---- Tan ansiosa? -Se irguió sobre ella, imponente. Su voz era pura escarcha. Victoria no podía creer lo que oía. Dio un paso atrás, con temor. -Esteban... qué... qué dijiste? -Le temblaba la voz. -No entendiste? -Ahora su tono era cruel, sarcástico, como nunca antes. En un movimiento veloz, Esteban la tomó por el cuello y la empujó contra la pared. Sus garras se extendieron apenas, lo justo para hacerle sangrar unos puntos diminutos. -Eres solo las sobras de mi hermano. z Qué te hace pensar que alguna vez te desearía? Las palabras eran puro veneno, lanzadas con precisión para herir.