---- Capítulo 8 Alejandro solía quedarse esperando ansioso en la puerta de mi casa, desalinado y miserable, tal cual - perro callejero. Pero ya no soy la María de hace cinco afios. No voy a caer dos veces con el mismo hombre. Un día, Alejandro me entregó una caja de regalo elegante, y adentro había un hermoso vestido de novia. - María, pruébatelo a ver si te queda bien. ;Por qué no nos volvemos a casar? Esto me pareció ridículo. Saqué unas tijeras y, frente a él, destrocé el vestido de novia en varios pedazos. Ahora que estoy muerta por dentro, él aún quiere casarse de nuevo y organizar una boda. Al día siguiente, Alejandro volvió a buscarme. Llevaba un anillo, un ramo de flores, y se arrodilló con humildad en la puerta. Estuvo allí un día y una noche, repitiendo sin cesar que sabía que había cometido un error y que le diera otra oportunidad. ---- Sonrió con amargura: - María, ahora me doy cuenta de todo lo que perdí. - AaAntes, era mi terrible orgullo, toda mi sensibilidad y mis inseguridades lo que me arruinaban, y todo fue culpa de mis propias ideas equivocadas. - Tú papá y tú siempre fueron buenos conmigo, nunca me dijeron una sola palabra dura. Sentí una irritación profunda. Decir esas cosas ahora ya no tenía sentido. -María, dame otra oportunidad. Empecemos de nuevo, por favor. jYo te amo! -Estoy seguro de que tu papá también me perdonaría. -ÉI, desde donde esté, también querría que yo te cuidara bien. Miré a Alejandro con desprecio, arrodillado en la puerta. Le di una bofetada, interrumpiendo sus palabras. Me limpié las lágrimas del rostro con la mano, respirando con dificultad, con un intenso dolor que me partía el alma. ---- -Eres un miserable. Mi padre ya está muerto y tú todavía intentas usar su nombre. Alejandro se defendió: -jNo lo hice! - Alejandro, isabes lo que me dijo mi padre antes de morir? - PDijo que no te culpase que, aunque no hubieras aportado dinero, eso no importaba, que me liberara de todo para seguir con mi vida. - -bDijo que se iba y que yo debía Ilevarte a verlo una última vez. -éY tú qué estabas haciendo entonces? Muy entretenido, celebrando el cumpleanos de tu amante. El día del entierro de papá, estabas con Ana. éQuieres que te perdone? jSolo si te mueres! - Muérete, ve a preguntarle a mi padre si te perdona. Si él te perdona, entonces yo también lo haré. La expresión de Alejandro se volvió vacía, su cuerpo temblaba sin cesar, abrió la boca, pero no logró decir nada. Pero yo no sentí alivio alguno. Aunque sufriera mil muertes, mi padre no iba a volver. ---- Él siguió arrodillado frente a mí, sujetando tembloroso mis manos, con la voz ronca: -María, jtu padre también era mi padre! -iTú? áCon qué derecho lo dices? Mi padre te trató como a un hijo, y tú, un miserable ingrato y traidor, nunca lo fuiste a ver ni una vez. - Y ahora vienes aquí, tan tranquilo pretendiendo ser el yerno devoto. - No te voy a perdonar. jYa vete! Al escuchar mi respuesta, sus ojos se Ilenaron de una tristeza infinita. Y la empresa de Alejandro apenas logró sostenerse tres meses más. Finalmente, quebró. El banco se quedó con la casa y el auto, y aún quedó con deudas bastante significativas. Él no pudo soportarlo y se sumió en la bebida, viviendo día adía como un zombie. Como si al emborracharse pudiera borrar todo lo que ---- había pasado. Un mes después, la policía me contactó para preguntarme si conocía a Alejandro. Me pidieron que fuera a resolver el asunto. Les dije que contactaran a otra persona, pero la policía insistente me dijo que él solo recordaba mi número. Me vi obligada a presentarme en la comisaría. Los agentes me explicaron en detalle la situación. La verdad, estaba tan delgado que parecía un esqueleto, encorvado, con la piel en mal estado, el cabello encanecido y arrugas profundas alrededor de los ojos. Parecía haber envejecido diez ahos. Alejandro andaba como un loco por la calle, borracho, suplicándole a los transeúntes que lo perdonaran. Decia que se arrepentía, que de verdad lo lamentaba muchísimo. Entonces alguien llamó a la policía. ---- - Si es algún familiar suyo y tiene problemas mentales, sería bueno que lo cuiden más. Parece que depende demasiado de usted. Alejandro se acercó a mí, con una sonrisa en el rostro y sosteniendo tembloroso el vestido de novia destrozado. -Ella me va a perdonar. Ya me arrepentí. jSé que, en realidad, me equivoqué! Yo lo miré con frialdad: - jAlejandro, deja de actuar! La expresión de Alejandro se congeló por un instante, y luego insistió con tristeza en tomarme de la mano: -María, ivolvamos a casa? Le quité el vestido de las manos, lo tiré al suelo y lo pisoteé con fuerza. -HNi, aunque estuvieras loco ni, aunque murieras aquí mismo frente a mí, yo pestafiearía. Me di la vuelta despreocupada y salí de la comisaría. Sus ojos estaban enrojecidos, al borde de la desesperación, y sin expresión alguna, se cortó las muhiecas, dejando que la sangre fluyera libremente. ---- Su voz ronca resonó desde atrás: -iSi muero, entonces me perdonarás? El viento soplaba con fuerza, pero yo no miré atrás. «De nada sirve arrepentirse. En este mundo, nunca ha existido una medicina para curar olvidar lo que tanto daho te ha causado.» Me subí al auto de Javier, él encendió el motor, el rugido del motor sonaba agradable. -María, jnos vamos! El coche avanzó a toda prisa, y eché un vistazo por el espejo retrovisor. En mi campo de visión, Alejandro había desaparecido por completo.
