---- Capítulo6 Érico Adán la empujó con furia, la cara enrojecida por la ira. -iSuéltame, loca! -gritó-. Ya no voy a encubrirte más. Se enfrentaron como perros rabiosos, destrozándose en el uno al otro frente a mí, escupiendo verdades y mentiras al mismo tiempo. Pero ya era suficiente. Más que suficiente. Cada palabra era una pufialada. Y con cada frase que salía de sus bocas, sentía cómo un pedazo de mi alma era arrancado sin ningún tipo de anestesia. Y yo, habia sido tan cruel y despiadado con la única persona que, en realidad, se preocupaba por m: Eliana. Fui yo quien ordenó a esos desgraciados que la acosaran. Fui yo quien planeó enviarla en ese barco y quien quiso que cargara con toda mi culpa. La dejé encerrada. Pudriéndose tras las rejas durante largos dos atos. Dos afos. Yella. Ella no había hecho nada malo. Nada. Mis manos empezaron a temblar sin cesar. Las miré por un momento. Estaban manchadas de sangre. De alguna manera, era su sangre. ---- -gEn qué me he convertido? En un verdadero monstruo, incapaz de distinguir el bien del mal -»murmuré. No podía creer que yo fuera igual a aquellos de los que juré ser diferente. Levanté mi pistola. Y no dejé de dispararles hasta que se me acabaron las balas. Sus cuerpos cayeron juntos, todavía enlazados en ese último y grotesco abrazo. El guardia del lago Ilegó corriendo, deteniéndose en seco a mi lado y me preguntó: -Jefe, z qué pasó? zEstá bien? Estaba lejos de estar bien. Cubierto de sangre, temblando como si estuviera embrujado, le ordené: -Tira a estos dos al pozo de basura. Que se los coman los animales. No hace falta enterrarlos. Me lancé hacia el bolsillo de Isabella, sacando mi teléfono con las manos temblorosas. El celular no dejaba de vibrar. "Eliana. Por favor, que sea Eliana", recé en completo silencio. Pero no había ningún mensaje de ella. Solo había recibido dos mensajes de mi rival en Novalandia: Carlos Noguer. El primero me heló la sangre: "Érico, tengo a tu querida esposa. Diez mil millones antes de las ocho de esta noche o ella va a morir". 2El segundo? No era de Carlos. Era de Isabella, respondiendo desde mi teléfono: "Ya terminé con esa maldita zorra. Haz lo que quieras con ella. No te molestes en devolver el cuerpo. Tíralo al océano". ---- El tercer mensaje fue de Carlos otra vez. Un video, con un mensaje escrito: "como quieras". Abrí desesperado el video. Eliana aparecía atada, luchando, empapada en sangre y agua salada. Luego, la arrojaron por la borda como si fuera basura. Grité con dolor: -;NO! Apreté el botón de Ilamada con las manos temblorosas. Cuando la llamada se conectó, empecé a gritar con todas mis fuerzas, -iCarlos! Te daré tres millones de dólares.. jAl diablo, te daré diez millones! Solo... Solo tráela de vuelta. Viva. A salvo. La sonrisa de Carlos Ilenó la pantalla, como un presentimiento de muerte. Rechazó con crueldad mi pedido. -Demasiado tarde, Érico. Tú dijiste que ya habías terminado con ella. ;Recuerdas? -No... jNo! jNo fui yo! jEso no lo escribí yo! --negué asustado. Me giré hacia uno de mis hombres y le ordené: -Dile al contador que transfiera el dinero a Noguer. jAhora! El hombre volvió minutos más tarde con la cara pálida. -Jefe, el contador dice que solo tenemos veinte mil millones líquidos. Si lo damos todo, nos quedamos sin reservas. Le sugiero que busquemos a la sefiora Garrido. ;Y si Noguer mintió? ;Y si nunca capturó a la sefora Garrido? -Cállate de una vez por todas - le gruíií, apenas alcanzando a reconocer mi propia voz-. Cállate de una maldita vez y transfiere el dinero y punto. iHazlo ahora mismo! ---- Segundos después, el dinero estaba transferido. Desaparecido. Y también Eliana. Carlos ni se molestó en responderme con palabras. Solo envió una foto: era un vestido manchado de sangre, desgarrado y flojo, siendo arrastrado a la orilla. Me desplomé tembloroso al suelo; las piernas ya no podían sostenerme. Se habíia ido. Eliana se habia ido. Y todo por mi culpa. Me quedé alli, en silencio, congelado sobre la tierra, sin saber si debía gritar o romperme en sollozos. Porque, al final, la única mujer que me améó... fue la misma a la que destruí. a Cuando regresé a la casa, el silencio me recibió como una cachetada. Todo seguía igual y, al mismo tiempo, no había nada. Sobre la mesa, el acuerdo de divorcio me estaba esperando. La firma de Eliana estaba garabateada al final del documento, como Si con cada trazo hubiera sellado una despedida definitiva. Junto a este, un boleto de avión a Maziria. Era el mismo lugar. La misma maldita época en la que yo también habia estado. Y luego... La última pieza. El vestido. El vestido manchado de sangre que Carlos me había enviado: arrugado, rígido por la sal y el carmesí, doblado como un ---- despiadado recuerdo. Eso era todo lo que me quedaba de ella. Una firma. Un boleto. Y un triste vestido destrozado, empapado en todo lo que jamás podría deshacer.
