Capítulo 11: «No hace falta que des explicaciones, Alex. Ya no tengo nada que ver con él», declaró con firmeza, con un tono que denotaba que no admitía réplica. «¿Te duele? ¿Necesitas medicina?». La preocupación de Sadie era evidente mientras se inclinaba para inspeccionar el rostro de Alex en busca de heridas. Se sintió aliviada al no encontrar ninguna. La posibilidad de que Alex hubiera resultado herido por su culpa la llenaba de una profunda y perturbadora culpa. Pero para Noah, presenciar ese tierno intercambio fue como echar leña al fuego. Una feroz llama de celos se encendió en su interior. Extendió la mano bruscamente, agarró la muñeca de Sadie con un movimiento tan repentino como enérgico y la empujó hacia el ascensor. —¿Qué demonios estás haciendo? ¡Suéltame! —La protesta de Sadie fue tajante mientras luchaba por liberarse, pero sus esfuerzos fueron en vano. —¡Noah, cálmate! —Alex dio un paso al frente, con voz entre preocupada y autoritaria, intentando calmar los ánimos. Sin embargo, solo recibió una mirada gélida de Noah que lo hizo detenerse en seco. La ira de Noah no disminuyó mientras arrastraba a Sadie por el pasillo hasta la puerta de su apartamento. La soltó bruscamente y abrió la puerta de una patada con tanta fuerza que esta se balanceó violentamente sobre sus bisagras, apenas sosteniéndose. Sadie se frotó la muñeca y miró con ira la puerta dañada, luego volvió su mirada ardiente hacia Noah. —¿Qué coño te pasa? —exigió ella, con la voz elevada por la ira y el dolor. —¿Qué me pasa? —repitió Noah burlonamente, con una sonrisa sarcástica tan afilada como el cristal roto—. ¿Por qué estás con él? La repentina cercanía de Noah, mezclada con el embriagador rastro de su colonia, devolvió a Sadie a la realidad. —¿Me estás siguiendo? —La voz de Sadie tenía un tono cortante mientras entrecerraba los ojos amenazadoramente. En lugar de responder, Noah se burló. —¿Por qué, te sientes culpable? —¿Por qué debería sentirme culpable? —replicó Sadie con una mueca de desprecio, mostrando claramente su desafío—. Estamos al borde del divorcio. Con quién paso mi tiempo no es asunto tuyo. ¿Tú no has seguido adelante también? —¿Divorcio? —La voz de Noah rezumaba incredulidad, como si la idea fuera ridícula—. Sadie, ya te lo he dicho: hasta que no se firmen los papeles, todo sigue igual. Un escalofrío recorrió el corazón de Sadie. —¿Por qué demonios debería importarme lo que tú digas? —Noah se acercó más, presionando su cuerpo contra el de ella, una barrera infranqueable—. ¡Porque sigo siendo tu marido! Con esas palabras, reclamó sus labios en un beso feroz y castigador. Su beso fue implacable, áspero y exigente. Sadie lo empujó con todas sus fuerzas, pero él la siguió abrazando con fuerza. —Noah, ¿estás loco? Consiguió apartarlo y se pasó rápidamente la lengua por los labios hinchados. Los ojos de Noah ardían con una intensidad que parecía casi ineludible. —Sadie, estás jugando a un juego peligroso —murmuró con voz áspera como la grava, mientras su mano se posaba posesivamente en la parte baja de la espalda de ella. El aire entre ambos estaba cargado, un reconocimiento silencioso de la tormenta que estaba a punto de desatarse. El corazón de Sadie dio un vuelco y una oleada de emoción inundó sus venas. —Noah, entra en razón. Estás enamorado de Kyla. Ella ha vuelto a tu vida y, sin embargo, aquí estás, intentando aferrarte a mí. ¿Por quién me tomas?
