Capítulo 24: Las mejillas de Rachel se sonrojaron y un suave rubor se extendió por su rostro. «Yo no suelo hacer esas cosas», dijo con voz suave pero firme. Incluso después de todos los años que llevaban juntos y los innumerables momentos de intimidad que habían compartido, ella seguía sintiéndose como una niña tímida cuando él estaba cerca. Los ojos de Brian brillaron con diversión mientras se acercaba poco a poco, con su aliento cálido en la oreja de ella. —¿Te estás sonrojando? Rachel se mordió el labio, tratando de recuperar la compostura. —Ya sabes la respuesta, ¿verdad? Desesperada por cambiar de tema, soltó rápidamente: «Tu abuela nos está esperando. Deberíamos irnos». Intentó romper el hechizo del momento, sus palabras eran casi una súplica por volver a la normalidad, ya que la intensa tensión entre ellos se había vuelto insoportable. Una mano firme le agarró la muñeca cuando intentó levantarse, atrayéndola sin esfuerzo hacia él. El movimiento brusco hizo que sus labios se encontraran en un contacto fugaz y accidental. En ese breve instante, sus cuerpos se presionaron uno contra el otro, en una oleada de calor e intimidad. Aunque no era su primer beso, lo repentino del gesto dejó a Rachel confundida, sin aliento y segura de nada. —Rachel —murmuró Brian, con un tono juguetón en la voz—. ¿Así de ansiosa estás? El corazón de Rachel se aceleró, pero rápidamente trató de recuperar la compostura. —¡No, no es eso! —tartamudeó, con la voz traicionándola—. Fue… solo una coincidencia. Los ojos de Brian brillaron con diversión. —Una coincidencia, ¿eh? Quizás deberíamos convertir estas «coincidencias» en un hábito —bromeó, deslizando las manos para acariciar la nuca de ella y atraerla hacia sí. Rachel se inclinó ligeramente hacia atrás, su cuerpo fundiéndose con el de él, cada curva presionándose contra él de una manera que se sentía natural y embriagadora. Siempre al mando, Brian se movía con precisión deliberada, sus caricias lentas y calculadas, cada una diseñada para deslumbrarla por completo. Era enloquecedor cómo podía hacerla sentir tanto con tan poco. Rachel siempre había sido devota de Brian, todo su mundo estaba moldeado por su presencia. Él le había hecho descubrir experiencias y emociones que nunca habría podido imaginar. En lo que se refería a la intimidad, era como una novata, completamente ajena a las complejidades del amor. Los sentimientos que él despertaba en ella la dejaban vulnerable, incapaz de resistirse, por abrumadora que fuera la sensación. En cuestión de segundos, las mejillas de Rachel se sonrojaron intensamente y sus ojos se llenaron de una mezcla de deseo y vulnerabilidad. Estaba increíblemente hermosa, pero Brian parecía decidido a prolongar su anhelo, a hacer que lo deseara aún más. —Rachel —murmuró Brian con voz baja y aterciopelada, rozándole la oreja como si le confiara un secreto—. ¿Me amas? Rachel contuvo el aliento, su mente luchando por formar palabras. Todo lo que pudo hacer fue asentir tímidamente, con los labios entreabiertos, pero sin emitir ningún sonido. —Buena chica —la animó Brian, con un tono a la vez autoritario y tierno—. Quiero oírte decirlo. —Te quiero —susurró ella, con la voz temblorosa, apenas más que un susurro. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios, y sus ojos se oscurecieron de deseo. Sin contenerse más, acortó la distancia entre ellos y le dijo con voz ronca y prometedora: —Quédate conmigo. La mirada de Rachel se encontró con la de él, sus ojos brillaban como el rocío en una mañana de primavera, con una tranquila vulnerabilidad. Pero cuando bajaron a la tenue marca roja de su camisa, algo dentro de ella se rompió. Una ola de fría claridad la invadió, dejándola sin aliento. Brian se inclinó, sintiendo su vacilación, pero Rachel, con la urgencia de una repentina revelación, lo empujó. Era como si todo su cuerpo se apartara de su cercanía. «No estoy preparada», balbuceó. La mente de Rachel estaba consumida por los días que habían pasado separados, la amarga imagen de Brian con Tracy. La idea de su intimidad, la cercanía que una vez compartieron, ahora se sentía mancillada, como una herida que se negaba a sanar. El estómago se le revolvió al pensarlo. Apretándose la boca, Rachel apenas llegó al baño antes de que las náuseas la dominaran. Se derrumbó de rodillas, con arcadas incontrolables, y cada oleada de malestar la sumía más en su confusión. La expresión de Brian se ensombreció y su rostro se endureció hasta volverse indescifrable. —¿Tan mucho te repugna mi tacto? —Lo siento —jadeó Rachel, con voz frágil y temblorosa—. Es solo que… no puedo fingir que todo va bien. Reprimiendo una oleada de frustración, Brian se acercó a Rachel y la agarró por los hombros con delicadeza, ejerciendo una presión constante pero no excesiva. —Dime, Rachel. ¿Qué es lo que realmente te molesta? La mirada de Rachel se encontró con la de Brian y, por un momento, dudó, con el peso de sus palabras en el pecho. Tenía que decirlo en voz alta, aunque sabía que eso los haría daño a ambos. —¿De verdad quieres saberlo? Su voz se suavizó y una sincera seriedad llenó el espacio entre ellos. Ella respiró hondo y su voz sonó firme, pero cargada de emoción. —Esos cinco días, solo tú y Tracy, solos en la misma casa. No creo que no pasara nada entre vosotros. La expresión de Brian se tambaleó y poco a poco fue comprendiendo el peso de sus palabras. Su mirada se suavizó y se acercó a ella para apartarle el pelo de la cara. Pero Rachel se estremeció y se apartó instintivamente. —Necesito espacio —murmuró Rachel, con voz apenas audible, el corazón latiéndole con fuerza. Brian exhaló bruscamente, con una frustración palpable, pero sin soltar su mano. —¿Quién te ha dicho que estaba con Tracy? No soy tan bajo como para jugar con dos mujeres a la vez. Los ojos de Rachel brillaban con lágrimas contenidas mientras lo miraba, con la voz tensa por la incertidumbre. —No has vuelto a casa en cinco días. ¿Eso no lo dice todo? La voz de Brian se suavizó, su paciencia se agotaba, pero se mantuvo tranquilo. —Que no estuviera en casa no significa que estuviera con ella. Fui a Havenbrook con Ronald por un viaje de negocios. La expresión de Rachel se alteró por la sorpresa, y su mente se apresuró a reconstruir la verdad fragmentada. «¿Un viaje de negocios?». La expresión de Brian se mantuvo firme, aunque había un atisbo de incredulidad en su tono. «¿Tan difícil es de creer?». No era nada difícil de creer. Pero la lesión de Tracy seguía presente en la mente de Rachel como una sombra indeseada. ¿No había estado Brian a su lado durante ese tiempo? ¿Era posible que Tracy hubiera tergiversado la verdad para manipularla? ¿Cómo había podido dejarse engañar tan fácilmente? Rachel dejó escapar un profundo suspiro mientras asimilaba la gravedad de la situación. No volvería a caer en los juegos de Tracy. A partir de ahora, se prometió escuchar con atención y vigilar cada palabra que saliera de la boca de Tracy. No se dejaría manipular tan fácilmente. Al ver que Rachel recuperaba la compostura, Brian se suavizó. «¿Ya no hay lágrimas?», le preguntó con voz suave mientras le apartaba un mechón de pelo de la cara. Sus dedos se detuvieron, limpiándole con cuidado los restos de lágrimas con una paciencia y una ternura que la sorprendieron incluso a ella. Rachel lo miró fijamente, con la respiración entrecortada. Si no lo hubiera visto con sus propios ojos, no habría creído que él fuera capaz de tal delicadeza. Era un lado de él que rara vez veía. Eso la dejó momentáneamente sin palabras. —Gracias, Brian —dijo Rachel finalmente, con voz firme pero llena de sinceridad. —¿Por qué? —Una sonrisa burlona se dibujó en los labios de Brian, su tono era ligero, casi juguetón. —Gracias por apoyarme cuando Moira intentó presentar cargos. Por contratar a ese abogado… por ayudarme a luchar por la custodia de Jeffrey —continuó ella, desbordada por la gratitud. Cada palabra era sincera—. Su sonrisa se suavizó y sus ojos se llenaron de calidez al mirarla. —Bueno, si me lo agradeces, quizá deberías demostrarme tu agradecimiento de una forma más tangible —bromeó, con un brillo travieso en la mirada. Sonrojada por la vergüenza, Rachel se puso rápidamente de puntillas y le dio un beso breve y suave en la mejilla a Brian antes de salir corriendo de la oficina, con movimientos apresurados y nerviosos, como un conejo asustado. Cuando Rachel pasó corriendo, Tracy se fijó en su aspecto ligeramente desaliñado. Su mirada se agudizó y una sonrisa amarga, casi irreconocible, se dibujó en su rostro. Apretó los puños, temblando de furia contenida. —Crees que has ganado, ¿verdad? —siseó entre dientes, con la voz cargada de veneno—. Nunca lo tendrás. Brian es mío. Él me ama a mí, no a ti». De vuelta en la oficina, Brian se quedó con los dedos en el lugar donde Rachel lo había besado, con una pequeña sonrisa casi imperceptible en los labios. Aunque su relación había tenido momentos más apasionados, algo en ese beso breve e inesperado lo conmovió de una manera que no había previsto. Quizás fue la sorpresa, o tal vez el simple hecho de que, por una vez, ella había tomado la iniciativa. Fuera lo que fuera, permaneció con él, dejando una calidez en su pecho que no podía quitarse de encima. Cuando Brian salió de la oficina, Tracy se le acercó con expresión cálida y acogedora. —¿Ya te vas, Brian? —preguntó con una voz suave y dulce que apenas ocultaba la tensión subyacente. —Sí —respondió Brian, con tono ligero pero decidido—. Mi abuela nos ha invitado a Rachel y a mí a cenar. La sonrisa de Tracy se mantuvo, pero una sombra fugaz cruzó su rostro mientras luchaba por reprimir un sentimiento de celos. —Ya veo —dijo, con palabras amables, pero con el corazón lejos de estar tranquilo. Esa noche, mientras Brian y Rachel caminaban de la mano hacia la residencia de Carol, la comodidad entre ellos era palpable. Carol, siempre observadora, no pudo evitar alegrarse al verlos. —Rachel, querida —dijo con calidez, con los ojos brillantes de afecto—. Solo han pasado unos días, pero… —Estás aún más guapa. Esos ojos… Si mis futuros bisnietos los heredan, serán los niños más encantadores del mundo. Rachel se sonrojó profundamente. Bajó la mirada, demasiado avergonzada para responder, y jugueteó con el borde de la manga. Carol dirigió su atención a Brian, con tono juguetón pero directo. —Bueno, Brian, es hora de dar un paso adelante. La boda está a la vuelta de la esquina. Si para entonces aún no hay noticias del bebé, no tendré más remedio que hacerte responsable. Te acompañaré personalmente al hospital para asegurarme de que todo funciona correctamente». Brian, momentáneamente atónito, solo pudo quedarse mirando, incapaz de encontrar las palabras. «¡Carol!», intervino Rachel rápidamente, con voz teñida de vergüenza y protección. «Brian está perfectamente sano. No le pasa absolutamente nada».
