La Amnesia Me Salvó
Después del accidente automovilístico, fingí haber perdido la memoria para bromear un poco con mi marido y mi hijo. —¿Quiénes son ustedes? —pregunté con voz titubeante. En los ojos del niño relampagueó un destello de malicia disimulada. Sin dudarlo, tomó de la mano a una mujer que esperaba fuera de la habitación del hospital, y, con una sonrisa casi burlona, me soltó: —Señora, vinimos a visitarla con mis papás. A su lado, mi esposo permaneció en un silencio cómplice. Ni una palabra de protesta ante ese «señora» que resonó como una daga en mi pecho. Su silencio no dejó dudas: aprobaba con descaro que su propio hijo me relegara al frío título de una desconocida.