---- Capítulo 4 Al llegar al hospital, el médico los recibió con una mirada cargada de desprecio. Aun así, cumpliendo con su deber profesional, les narró con voz grave los últimos días de mi existencia: - Ana fue una paciente extraordinariamente valiente. Padecía una enfermedad terminal, pero jamás se quejó del dolor. Cuando estaba en una etapa temprana, la llamé para empezar la quimioterapia. Pero ella me dijo que no tenía dinero y se fue sin decir nada. -éQuimioterapia? ;De qué demonios hablas? jNo digas tonterías! Mi hija estaba perfectamente sana -rugió mi padre, abalanzándose sobre el médico conlos pufios crispados. El doctor retrocedió, con una expresión de repugnancia que no podía ocultar y dijo: -En todos mis afios de profesión, jamás había visto unos padres así. Su hija Ileva un afio muerta, y ustedes ni siquiera se habían enterado. Mi padre, fuera de sí, se aferró a la bata del médico como un náufrago a su tabla y empezó a gritar: -iDime! ;Dónde está mi Ana? iDices que murió? j ---- Mentira! Estaba sana. (Cómo iba a morirse así, de repente? jMentiroso! jVoy a hundir este hospital! A su alrededor, los pacientes pasaban y susurraban entre sí. - Ellos son los padres de Yolanda? éQué hacen aquíi? é Le habrá pasado algo a la nifia? - murmuró una voz. - iAna? éQuién es Ana? Pero si ellos solo tienen una hija, la tal Yolanda, éno? -respondió otra. Cansado de sus gritos, el médico los abandonó en el pasillo. Una enfermera que me había cuidado los 1levó hasta una habitación, explicando: -Esta fue la habitación que le asignamos, pero dijo que no tenía dinero para el tratamiento y se fue. - Se fue? jAna nunca volvió a casa! Hace un afhio que no sabemos de ella. jMe están engafiando todos! jEs una conspiración! - vociferó mi padre. La enfermera, con gesto cansado, desplegó ante ellos los registros médicos: - Véanlo ustedes mismos. La fecha coincide con el día que trajeron a Yolanda por un simple resfriado. - Esto... esto es cierto? -balbuceó mi madre, estremeciéndose. ---- -Entonces, édónde está mi hija? ;Dónde está mi Ana? - suplicó mi padre, con la voz quebrada. Al oír aquello, mamá se derrumbó sobre el frío suelo, sacudida por el Ilanto: -jNo puede ser! jHoy mi Ana cumple dieciocho! Le compramos su torta... jibamos a llamarla para cenar en familia! -gimoteaba sin cesar - : Mi Ana... mi pequefia Ana... Papá intentó levantarla, pero ella sollozaba contal desesperación que apenas lograba respirar. -iNo puede estar muerta! jYo no lo creo! -gritaba entre lágrimas mi madre. La enfermera exhaló un suspiro de agotamiento y los enfrentó: -Siempre creímos que ella era muy pobre, pero ustedes, los magnates del país, écómo es posible que no tuvieran dinero para su tratamiento? Insistimos mil veces en que comenzara el tratamiento urgentemente, pero siempre respondía lo mismo: no tenía dinero. Y clavándoles una mirada de profundo desprecio, afiadió: -Con padres como ustedes, mejor hubiera sido que nunca naciera. Enloquecidos por el dolor, mis padres movilizaron toda su fortuna para buscarme. Pronto, las calles se tapizaron ---- con carteles de mi rostro. Pero no era una foto reciente, porque hacía afios que no tomamos más fotos. Era una imagen de cuando tenía siete afios, abrazando a mi mufieca favorita, con una sonrisa radiante. Mis padres estaban a mi lado en esa foto. La noticia sacudió al país entero. Nadie sabía que la familia Villalba tenía otra hija además de Yolanda. La familia Villalba emitió un comunicado diciendo que haríanlo imposible por encontrarme, ofrecerían fortunas a quien aportara información. Observando sus rostros de desesperación, sonreí con amargura. Si me hubieran mostrado una pizca de ese amor cuando aún respiraba, jamás habría terminado así. Los medios y las redes sociales hervían de especulaciones sobre la hija perdida del empresario más poderoso del país. Finalmente, la sefiora de la limpieza de mi antigua escuela proporcionó una pista inesperada. Ella relató haberme visto viviendo en el almacén del colegio. Pensó que era huérfana porque solía buscar comida en los basureros del colegio. Le causaba tanta tristeza que nunca pudo olvidarme. Mis padres fueron de inmediato al colegio y patearon la ---- puerta del almacén para abrirla. En realidad, no hacía falta patearla con tanta fuerza; la puerta llevaba rota desde hacía una eternidad. Yo pasaba las noches en vela allí, temblando de miedo, siempre alerta por si alguien decidía entrar. Al entrar, se quedaron petrificados. El almacén estaba sumido en una oscuridad total. Ni un rayo de luz se atrevía a penetrar aquel antro desolado. Un profesor se acercó para explicar: -CFEs un almacén abandonado. Nadie se encarga de esto. La escuela lo utiliza como un vertedero de basura.
