Un matrimonio de conveniencia
“Papá, ¡No quiero casarme con él!», gimoteó, Carolina, con palabras apenas audibles.
«No existe algo como el no quiero. ¡Dije que te casarás con él! Nuestra familia necesita tu ayuda».
Se inclinó más cerca de Carolina. «¡Es lo menos que puedes hacer después de que te haya criado y apoyado todos estos años!».
“¡Pero soy tu hija!».
La huella de sus dedos era claramente visible en la mejilla de Carolina tras recibir la bofetada.
Enseguida, Gaspar la sujetó por los hombros y zarandeó, revelando la gravedad de las circunstancias.
La voz del hombre se alzó furiosa: «¡No eres mi hija de sangre! ¡Y lo sabes! Pero te crie y te di todo lo que tienes. ¡Me lo debes!».
«Pero ¿Por qué yo?», sollozó ella, en tono tembloroso.
«No pensarás que voy a darle a mi hija a un deforme cuando te tengo a ti, ¿Verdad? Después de todo, ¡Tienes que servir para algo!».
La soltó con fuerza, haciendo que Carolina perdiera el equilibrio y cayera al piso. A continuación, salió de la habitación dando un portazo.
Con veinticuatro años, era la hija mayor de la Familia Navarro. Su madre, Paloma, fue acusada de traicionar a su marido y perdió trágicamente la vida al huir con su amante. Esto sucedió cuando Carolina tenía apenas dos años.
Gaspar creyó entonces que no era su hija. Para evitar un escándalo, nunca se hizo la prueba de ADN, pero siempre se aseguró de demostrar cuánto odiaba a la niña.
El Grupo Navarro de Porcelana atravesaba un momento financiero difícil cuando se presentó una excelente oportunidad, que serviría a Gaspar para un doble propósito. No solo salvaría a su empresa en apuros, sino que también le proporcionaría una forma de deshacerse de Carolina.
El novio no era otro que Máximo Castillo, hijo único y heredero del imperio lácteo de la familia.
Había sido guapo, encantador, inteligente y exitoso hasta que sufrió un accidente de avión que le dejó la mitad de la cara gravemente quemada. Ahora, tres años después del accidente, necesita una esposa y un hijo.
Carolina bajó a cenar y tanto Nadia, la esposa de su padre, como Eloísa, la hija de ambos, estaban en la mesa. Su media hermana tenía una sonrisa de suficiencia en los labios.
“¡Felicidades, hermanita! ¡Por fin encontraste a alguien que te quiera!»
“Gracias, Eloísa, pero prefiero estar soltera».