Una madre de alquiler
El matrimonio de Anthony era bueno y pacífico, al menos, para él. Llevaba cuatro años casado y hacía tres que se había enterado de que iba a ser padre, lo que fue un poco inesperado para él al comienzo, pero poco a poco lo aceptó.
Amaba a su esposa, Ruby, pero después de dar a luz ella se había vuelto rara y salía todos los días y noches, por lo que su hija, Lucy, se quedaba con Anthony llorando de hambre.
Un día, su esposa se fue sin avisar, como solía hacer, pero no volvió, entonces, como el hombre estaba furioso, contrató a unos detectives para averiguar su paradero y así se enteró de que ella tenía un amante y que se habían ido juntos a otro país.
Anthony tenía veintiocho años y vivía en Italia; su hija tenía tres, ella era muy hermosa e inteligente. Sin embargo, era demasiado parecida a su madre, por lo que se había alejado de ella. A pesar del cariño que le tenía y de que sabía que no estaba bien, no podía evitar enfurecer cada vez que la veía.
Lucy se quedaba sola en la casa con la criada, además, ya había empezado a ir al jardín de infantes, lo que la ayudaba a distraerse un poco y a estar más acompañada. Siempre preguntaba por su mamá y cuándo iba a volver, a lo que su padre le contestaba lo mismo una y otra vez: que no iba a regresar y que se olvidara de ella.
Esther, la criada, tuvo una conversación sobre el tema con la niña, quien fue a hablar con Anthony después; él advirtió que estaba olvidando lo que era el amor maternal y que necesitaba una nueva figura materna, pero no se preocupó mucho por eso.