---- Capítulo 05 Justo cuando el jefe se preparaba para salir de la oficina, Leandro lo interceptó en la puerta, sin aliento. -iVanesa... Vanesa renunció? El jefe lo miró, sorprendido. -çEn serio no lo sabías? -Hoy se presentó temprano y dijo que queria renunciar. Insistió en que no tenía nada que ver contigo. Dijo que más adelante te lo explicaria. Leandro se quedó inmóvil. De pronto, su cabeza se Ilenó de escenas donde ella habia intentado hablar con él... pero él, como siempre, estaba demasiado ocupado mirando a Clarisa. Ese mismo dia, incluso la defendió delante de Vanesa. Todo el día, y ni una sola palabra con ella. Ni una oportunidad. Solo Clarisa. Solo ella Ilenaba su campo de visión. Leandro agarró al jefe por los hombros, con urgencia. -Sabes adónde fue? ;A qué ciudad? Te dijo algo? El jefe se zafó con fastídio. -Ya no trabaja aqui. ;Cómo voy a saberlo? Llámala tú. Leandro bajó la cabeza, sin saber qué hacer. Se sentó solo en la sala de reuniones. Por un largo rato no dijo nada. ---- En su mente empezaron a pasar recuerdos: cinco afios atrás, frente a la universidad. Vanesa salia sola de un caso con su tutor. Él, casualmente, también regresaba al campus. Ella cargaba su maleta. Él se ofreció a ayudar, aunque ella lo rechazó una y otra vez. Insistió hasta Ilevarla hasta el dormitorio de pregrado... y ahí ella, algo avergonzada, le confesó que era estudiante de posgrado. Así comenzó todo. Después vinieron las coincidencias: almuerzos, conferencias, conversaciones. Hasta que pasaron de amigos a pareja. Vanesa lo siguió hasta Santa Lucía del Valle, con la esperanza de construir juntos un hogar en esa ciudad nueva. Pero cuando llegó el momento de casarse, apareció Clarisa. Y con ella, todo se desmoronó,. Marcela Rivas, una de las pocas amigas sinceras de Vanesa, se lo había dicho claro: "Esa Clarisa no tiene verguenza." Pero él no lo entendió. Porque el problema... nunca fue Clarisa. Siempre fue él. Si no hubiera sido ella, habría sido otra. Siempre encontraba excusas. Cansado de pensar, se puso de pie. Al girarse, notó un brillo familiar dentro del basurero. ---- Se acercó, lentamente. AAhí, entre papeles y polvo, estaban los pedazos de la pulsera. El brazalete que él mismo le habíia regalado. Ahora roto. Abandonado. Ese mismo día, cuando Clarisa lo Ilamó... cuando él decidió irse con ella sin mirar atrás. Sintió un golpe en el pecho. Se agachó y, temblando, recogió cada fragmento. Los ojos se le Ilenaron de lágrimas. -No puede ser.. En la puerta, Marcela lo observaba en silencio. Su voz fue dura y cortante: -Y ahora vienes a arrepentirte? Ya es tarde. Ella se fue. Leandro se limpió la cara, aún de rodillas. -No importa. Voy a arreglar la pulsera... cuando la vea, le voy a pedir perdón. Estoy seguro que me va a perdonar.. Se levantó de golpe. -iAdemás, ella misma me dijo que vivía en la casa de al lado de la mia! Mafana mismo voy a pedir vacaciones y regresaré al pueblo a buscarla. Marcela lo interrumpió con frialdad: -No te molestes. Ella no es de ahí. ---- Leandro se dio la vuelta, pálido. -Estás mintiendo. ;Eso me lo dijo ella! -é Y tú de verdad le creíste? Marcela se cruzó de brazos. -Te lo dijo para no herirte. Para que no te sintieras menos. -Vanesa es una sefiorita nacida y criada en Ciudad Encina. Es hija de abogados de renombre. Tú ni siquiera lo sabías, ;verdad? El rostro de Leandro se fue descomponiendo poco a poco. De repente, empezaron a brotar imágenes del pasado. Vanesa, con ropa simple pero costosa. Relojes discretos pero de marca. Entonces él| no lo entendía. Ahora todo cobraba sentido. iCómo pudo pensar que ella era de origen humilde como él? Marcela negó con la cabeza, con una mueca de desprecio. -No vale la pena seguir hablando contigo. Recogió sus cosas y se dio la vuelta. Pero Leandro la siguió, desesperado. -iMarcela! iPor favor! -Tú eras su amiga... tú sabes dónde vive! iTe lo ruego! -Dímelo... solo eso... quiero buscarla... quiero verla... Marcela se detuvo. Se giró, con la paciencia agotada. ---- -iEstás loco? -Vanesa por fin logró escapar de ti. Por fin pudo dejar atrás este infierno. - Y quieres que te diga dónde está? -iJamás! Y sin más, le cruzó la cara de una bofetada. iPaf Leandro se quedó ahí, con la mejilla ardiendo, la cabeza agachada. Marcela se fue sin mirar atrás. Solo, en medio de la sala, Leandro murmuró: -No importa... -Si ella está en Ciudad Encina... entonces... entonces yo iré a buscarla.
