---- Capítulo 7 La multitud comenzó a alborotarse. Varios hombres, al ver mi rostro claramente, mostraron de inmediato sonrisas malintencionadas. - Por fin las encontramos, queridas damas de honor. Unos cuantos me levantaron y me llevaron a la fuerza, mientras los demás corrían hacia la carpa. No tardaron en darse cuenta de que las demás damas de honor ya no estaban allí. De repente, uno de ellos me abofeteó brutalmente. No tuve tiempo de reaccionar, y el golpe me lanzó al suelo, clavando mi mano en una estaca al borde de la carpa. La sangre empezó a brotar de inmediato. Los hombres no parecían tener intención de dejarme en paz. Uno de ellos puso su sucia bota sobre mi cuerpo. -iRápido, dinos a dónde se fueron esas damas de honor! Sacudí la cabeza. Si las hacía regresar solo porque no me trataron bien, no tendría sentido hacerlas sufrir conmigo. ---- Al ver que me negaba a responder, los hombres sonrieron de manera siniestra. -Vaya, si ellas se escaparon, entonces tendremos que divertirnos contigo, la única dama de honor. j Prepárate, porque te va a doler! Me arrastraron hasta el centro del lugar. Con entusiasmo, comenzaron a anunciar las reglas del juego. En diez minutos, el que lograra recolectar más pedazos de mi ropa ganaría el derecho a presenciar la noche de bodas. En cuanto sonó el silbato, los hombres corrieron hacia mí como locos. A pesar del dolor insoportable, traté de correr, pero no tardaron en alcanzarme. Sentí muchas manos jalando mi ropa con fuerza. Me aferré a los bordes de mi vestido, haciendo que fuera difícil de arrancar, lo que impacientó a uno de los hombres. Sacó una navaja de su bolsillo y empezó a cortar mi ropa sin piedad. Mi piel se abrió junto con latela, y la sangre comenzó a brotar. Nadie parecía preocuparse por mi estado. Solo tenían ojos para los pedazos de mi ropa, sabiendo que quien más obtuviera recibiría una recompensa más ---- excitante. Como animales desquiciados, continuaron rasgando mi ropa y mi piel. Mis manos y cintura estaban llenas de heridas. El dolor era insoportable, y en un acto de desesperación, solté la ropa. En menos de cinco minutos, mi vestido de dama de honor quedó hecho jirones en manos de los hombres. Ellos comenzaron a pelearse entre sí, discutiendo por los trozos de tela, con sonrisas casi dementes en sus rostros. Yo, mientras tanto, fui arrojada a un lado como si fuera basura. Sin dignidad alguna. Desesperada, giré la cabeza y me encontré con la mirada de un chico que sostenía su teléfono, grabándome. Grité furiosa: -iNo me grabes! jTe juro que Ilamaré a la policía! En ese momento, apareció por fin la suegra, a quien no habia visto hasta ahora. Caminaba apresurada hacia mí, con una cáscara de semilla de girasol aún en la comisura de los labios. Pensé que venía a salvarme, así que, 1Ilorando, estiré ---- mi mano hacia ella. - Mamá, dile que deje de grabarme... Finalmente, la suegra llegó hasta mí, pero en lugar de ayudarme, apartó mi mano de un golpe. Sacó un celular nuevo, el mismo que yo le había regalado la semana pasada. Me empezó a sacar fotos y a grabar videos. - Pequefia zorra, iquieres 1Ilamar a la policía? ;Y qué pasará con la reputación de nuestro Roberto si lo haces? Atrévete a llamar a la policía, y yo misma subiré todas estas fotos a internet para que todos vean lo vulgar que eres. En ese momento, perdí por completo la esperanza. Mi suegra no había venido a salvarme, sino a amenazarme. Claro, había vivido en este pueblo toda su vida. Sabía muy bien lo que significaba esta " tradición" de molestar a las damas de honor. Ya estaba acostumbrada, y ahora me grababa para evitar que denunciara lo que me habían hecho. Me advirtió que si no la obedecia, subiría las fotos a la página web de la empresa de mis padres. Yo le creí, porque había pasado una semana ensefiándole a usar ---- su nuevo teléfono para grabar y subir videos. Los diez minutos del juego terminaron, y un hombre corpulento había conseguido casi toda mi ropa. Mi suegra y el nifio aplaudían, vitoreando con entusiasmo. Pero no había acabado. El siguiente juego consistía en que la dama de honor debia posar en ciertas posiciones específicas. Ya no tenía ropa, y ellos me forzaron a hacer posturas humillantes, como si fuera un animal salvaje. Finalmente, apareció Roberto.
