---- Capítulo 7 Era tarde y todos los invitados ya se habían marchado. Luciano tomó mi mano y nos dirigimos a nuestra nueva guarida en la cima del Pico de la Diosa Luna. La guarida era amplia y cálida, forrada con las pieles de zorro ártico más suaves. La luz de la luna se derramaba por la entrada, bafándolo todo con un resplandor plateado. -Elena -dijo Luciano, abrazándome por detrás-. Has pasado por mucho. Negué con la cabeza y me recosté contra su pecho fuerte. -No, Luciano. Mientras te tenga a ti, estoy bien. -Carlos... no tendrá otra oportunidad de lastimarte -prometió, apoyando su barbilla sobre mi cabeza Me volteé para mirarlo, y no pude evitar preguntarle lo que tenía en mente. -Luciano, c por qué... por qué yo? Cuando decidí aparearme con Luciano, me había preguntado cuáles eran sus verdaderas razones; era un Alfa tan poderoso, la estrella más brillante del Norte, podría haber tenido a cualquiera, pero eligió pasar su vida conmigo: una loba viuda con un hijo. Luciano se rio suavemente, sus dedos acariciaron mi mejilla con ternura mientras me miraba con mucho amor. -Hace muchos afios, en una reunión de alfas, te vi por primera vez -comenzó lentamente-. En aquel entonces, aún eras la compaiera de Carlos. Estabas a su lado, pero tu luz brillaba tan intensamente como la suya. Te veías tan segura de ti misma, inteligente, y habia un fuego inquebrantable en tus ojos. ---- -Observé cómo manejabas hábilmente las provocaciones de otras lobas, cómo usabas tu sabiduria para conseguir aliados para Carlos. Entonces pensé que esa era una verdadera Luna; alguien que podia estar hombro a hombro con su alfa, no solo alguien que dependiera de él. Sus dedos trazaron ligeramente mis labios, sus ojos se volvieron más ardientes. -Después de que Carlos "murió", quise acercarme y ayudarte muchas veces, pero sabía que necesitabas tiempo. Respeté tu lealtad, aunque fuera hacia el lobo equivocado. -Criaste a Felipe tú sola, manteniéndote fuerte durante cinco afios en una manada tan difícil como Arroyo Piedra. Tu fortaleza y tu amor como madre solo me confirmaron aún más que tú, Elena, eras la compaíera que el destino me tenía reservada. Sus palabras fueron como un manantial cálido, calmando mi corazón reseco. -Pensé que mi corazón se había marchitado cuando Carlos 'murió" -dije suavemente. -Haré que florezea de nuevo -Luciano bajó la cabeza y me besó. Ese beso no fue como el de la ceremonia; estaba Ileno de un amor profundo y persistente. Su aroma, fuerte y puro, me envolvió, ahuyentando la última sombra de mi corazón. Nos abrazamos con fuerza, nuestras almas conectándose bajo la brillante luz de la luna.