---- Capítulo 8 - -No, yo... -en un instante, el rostro de Carlos se volvió gris, como si hubiera recibido un golpe devastador. Sus labios temblaban sin poder pronunciar ni una palabra. Recordé cuando Mariana me sacó del incendio. Mi garganta y pulmones ardían como si los rasgufiaran con cuchillos, y el dolor en mi vientre y la sangre me torturaban como si todos mis huesos estuvieran rotos. ;Cuán desamparada me sentí entonces? ; Cuánto deseé tener a mi amado esposo a mi lado consolándome? Incluso cuando perdía la consciencia, veía su rostro. Realmente esperaba abrir los ojos y verlo, oírlo decir: "No temas, ya estoy aquí". Pero no hubo nada. jSolo yo, dando a luz sola a un bebé muerto antes de desmayarme! iCómo podría no odiarlo? Pero irónicamente, después de ver claramente la clase de hombre que era, me di cuenta de que ya no tenía sentido decir nada. Él nunca entendería realmente dónde se equivocó. Solo me hacía redefinir una y otra vez el significado de " estúpido". Un verdadero desperdicio de mi vida. Así que respiré profundo y le dije al taxista: -Este ---- hombre me engahó y me hizo perder a mi bebé, y ahora sigue acosándome. jPor favor, arranque! -iéQué?! jãAsí que eso pasó?! -el conductor había estado escuchando todo. En ese momento, abrió la puerta y le escupió a Carlos- jPuaj! jQué vergiienza para los hombres! Pisó el acelerador a fondo y arrancó. Carlos, como si hubiera perdido el alma, ni siquiera reaccionó. Cuando la puerta se soltó de su mano, cayó pesadamente al suelo y no se levantó por un largo tiempo. Pero ya nada de eso me importaba. Después de librarnos de él, Mariana y yo nos bajamos en un centro comercial, compramos vestidos nuevos y maquillaje, reservamos en un hotel de lujo, nos dimos un bafo caliente, comimos bien y descansamos un poco. Finalmente, con energías renovadas, fuimos a un salón de belleza. Después de todo, íbamos a liberarnos de esa basura. Si no fuera porque temía darle dolor de cabeza a Mariana, hasta habría contratado mariachis para ir al registro civil. Pero esperamos hasta que el sol empezó a ponerse y ellos no aparecieron. Tampoco contestaban las lamadas. ---- -iEstos malditos, me puse estos tacones para nada! -Mariana debería haber usado zapatos planos en su condición. Pero como Fidel era casi de su altura, se puso tacones para tener más presencia y menospreciarlo. Ahora, con los dedos adoloridos, se sentó en la acera maldiciendo. - No importa, si no vienen podemos demandar el divorcio igual -le dije entre risas y compasión, masajeando sus pies. En ese momento, un auto se acercó a toda velocidad, derrapando varios metros antes de detenerse junto a nosotras. Eran Carlos y Fidel. Los dos parecían prisioneros derrotados, casi arrastrándose hasta llegar frente a nosotras. Como si así pudieran retrasar lo inevitable. Pero a estas alturas, lo que tenía que pasar ya no podía cambiarse. -Vamos -ayudé a Mariana a ponerse los zapatos y nos dirigimos juntas hacia el edificio. Los dos hombres se quedaron quietos, mirándonos ---- como perros que presienten que sus duefios los abandonarán. - 2Yolanda, ide verdad no puedes darme otra oportunidad? -la voz de Carlos se quebró de dolor - De verdad ya me di cuenta de mi error.