---- Capítulo 5 Cuando decidí contarle la verdad a Sebastián, recordé que é| ya me habia bloqueado. Me había dicho que yo era demasiado cruel y que no quería tener ningún contacto conmigo. AAsí que no me quedó más remedio que ir a buscarlo en persona, pero tristemente en el camino, sufrí un accidente automovilístico y moríi en el acto. Ahora, al pensarlo, me doy cuenta de que fui muy ilusa. En su corazón, Isabela era alguien de carácter puro; .cómo podria él imaginar que fue ella quien mató a su madre? Un repentino timbre del teléfono interrumpió en el acto mis pensamientos. Sebastián, que mantenía una expresión indiferente, mostró una mezcla de fluctuantes emociones al ver el identificador dela llamada. -Sebas, mafiana es el aniversario de mamá, ;vamos juntos? -Sí, yo paso por ti. -Está bien. De repente, ella dudó por un momento: -iY Camila? gElla Vendrá? La expresión de Sebastián se tornó inmediatamente desagradable. -Camila ya está muerta. -dijo con indiferencia. Sebastián colgó el teléfono y dio la vuelta al coche. Lo seguí hasta el crematorio. Aunque era de noche y yo era un fantasma, el lugar me provocaba cierto miedo. Sebastián, sin un rastro alguno de temor, llegó y golpeó impaciente la puerta. ---- -éDónde están las cenizas de Camila? Devuélvanmelas. El empleado, confundido, lo reconoció como el mismo que había esparcido mis cenizas. -Lo siento mucho, sefior, las cenizas de la seforita Sánchez fueron arrastradas por el viento. No pudimos recuperarlas. Él mismo habia esparcido mis cenizas y hasta las había pisoteado con desprecio. Y ahora estaba alli, queriendo recuperar esas mismas cenizas. Sospechaba que solo queria humillarme una vez más. Quizás pensaba Ilevarlas frente a la tumba de su madre y esparcirlas otra vez. Sebastián agarró al empleado por la camisa y, con una mirada feroz y, le dijo: -Te atreves a mentirme? En ese momento no habia viento. Tienes tres minutos para entregarme las cenizas de Camila. En estos dos últimos aíios, Sebastián había cambiado por completo. Su carácter se habia vuelto cada vez más despiadado en el mundo de los negocios. El empleado, con una expresión de impotencia total y una pizca de burla en la mirada, respondió: -Lo siento mucho, sefior Souza, las cenizas de la seforita Sánchez realmente no están aqui. Lo que le entregamos fue todo lo que quedaba, y usted mismo las tiró. Si sigue causando problemas, no tengo más medio remedio que Ilamar a la policía. Sebastián se quedó en silencio por un momento, como si finalmente aceptara que habia sido él quien había esparcido mis cenizas. Lentamente soltó al empleado y, tambaleante, salió. ---- Observé al empleado con disculpas en la mirada, y sin poder evitarlo, seguí a Sebastián. En la oscuridad no podía ver con claridad su expresión. Desde que salió el crematorio, é! habia estado en silencio. Sabía que él no podía verme, pero yo seguia sintiêéndome algo intranquila. El motor se apagó, y Sebastián se recostó en el asiento, mirando el cielo en silencio. Pasó toda la noche así, mirando extasiado al cielo. Al amanecer, el cielo comenzó a aclararse, y en el rostro de Sebastián, que no había dormido en toda la noche, se notaban ojeras profundas y los ojos enrojecidos por las venas. Con asombro, toqué su rostro y noté unas ligeras marcas de lágrimas. Había llorado, y yo no me di cuenta. AAl sentir su piel, mis dedos se retiraron de golpe, como si me hubiera quemado, pero no pude evitar que temblaran, De repente, sonreí. Tal vez, después de todo, Iloraba de alegría porque su enemiga habia muerto. Hoy era precisamente el aniversario de la muerte de su madre, y hace dos afios, en esta misma fecha, Sebastián me obligaba a subir al auto y me Ilevaba a la tumba de su madre, donde me hacía arrodillarme día y noche. No solo tenía que arrodillarme; tenía que golpear con violencia mi cabeza contra el suelo y pedir disculpas. Al final, quedaba tan débil que ni siquiera podía ponerme de pie, y mi frente sangraba. Pero Sebastián se alegraba demasiado. Decía que eso era lo que me merecia y que, después de mi muerte, iría al infierno y sufriria eternamente. Pero, irónicamente, después de morir ni siquiera pude ir al infierno. Este afio, frente a la tumba de su madre, solo quedaron Sebastián e ---- Isabela. Al ver a Isabela, no pude evitar temblar. Ella era la verdadera asesina de la madre de Sebastián, pero é| aún no sabía nada. Isabela se arrodilló frente a la tumba con una expresión de tristeza. -Mamá, aqui estamos Sebas y yo para visitarte. Ah, por cierto, Camila ya murió, así que puedes descansar tranquila en paz.
